miércoles, 26 de septiembre de 2012

Preservativos: Los testigos de la tragedia

Lo reconozco, soy supersticioso. Nunca me ha gustado comprar preservativos y menos si no tengo una pareja estable. Me parece que es un signo de prepotencia y resulta humillante tenerlos en tu habitación muertos de risa. Claro, que luego llega el calentón y me suelo cagar en mis manías.

Pero tampoco soy partidario de hacerme con una caja de profilácticos si tengo el sexo asegurado. Y es que ahí está el meollo de la cuestión: nunca lo tienes asegurado. En mi anterior post repasé los peligros de no saber contener la euforia, así que ahora me centraré en el maravilloso mundo de los condones.



Los preservativos son testigos de todo: de lo bueno y de lo malo, de los polvos espectaculares y de los ‘gatillazos’ más lamentables, de las discusiones de cama y de las posteriores reconciliaciones. Sí, ellos lo ven todo. Y cuando digo todo, es todo. ¿Nunca habéis pensado en los pobres condoncitos que se quedan sin usar cuando llega la ruptura? Bueno, en realidad el que no lo usas eres tú, porque más temprano que tarde un cerdo va a incrustar su miembro en ellos y, por ende, va a penetrar a tu ex querida.

Joder, que hoy en día la cosa está muy malita y pagar 15 euros para que otro se calce a nuestra hembra pues jode. Y mucho. ¡Qué asco! Es muy nocivo imaginar la eyaculación del otro y la cara de ella. Sí, ya sé que en algún momento nosotros hemos sido ese otro, pero eso ahora no cuenta.

Por eso tenéis dos soluciones posibles: o no compráis condones u os hacéis cargo de ellos. Así cuando nos den la fatal noticia de que ya se está zumbando a otro siempre podremos pensar: “Sí, pero no con mi dinero…”.

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