lunes, 11 de julio de 2011

Hace un año

Hace un año no tocamos el cielo con la yema de los dedos, sino que nos abrazamos completamente a él. Hace un año expulsamos toda nuestra frustración con un solo grito. Hace un año nos tatuamos la estrella más preciosa del universo en el pecho. Hace un año dejamos de soñar para empacharnos de una realidad mágica, pero real. Hace un año nos olvidamos de politiqueos y de pamplinas varias para sentirnos orgullosos de nuestros colores. Hace un año vivimos la noche más larga de la historia (para casi todos). Hace un año nos acordamos de Mari (pero para bien, por supuesto), la madre de un chaval de Fuentealbilla que marcó el gol de todos los goles. Hace un año fuimos campeones del Mundo.

La selección española se encargó de enterrar todos los fantasmas habidos y por haber en el Mundial de Sudáfrica. Lo que muchos pensaron que no verían nunca –desde el mundo terrenal, al menos- ocurrió. Vicente del Bosque optó por continuar con la línea marcada por Luis Aragonés. Si algo funciona bien, lo mejor es no tocarlo demasiado. Los jugadores fueron los primeros en creer en sí mismos desde el primer momento. Y eso que el comienzo de la batalla fue cruel.

Imagino que hace un año se produjo un incremento en la tasa de natalidad importante. Imagino que muchos de vosotros pudisteis dormir acompañados, aprovechando en parte el estado de clímax generalizado que inundaba el país entero. Sospecho incluso que por primera vez en mucho tiempo esos gritos de placer extremo dejaron de ser fingidos en algunas parejas.

Resulta bonito recordar las victorias épicas. Esas noches en las que nadie daba un euro por vosotros y conseguisteis dar un golpe en la mesa. Ese instante tan efímero pero que a la vez es tan eterno. Dice Andresito Iniesta que aunque parezca sorprendente, él consiguió escuchar el silencio en el momento de golpear al esférico y conseguir el tanto que nos dio la Copa. Y razón no le falta al manchego.

La imagen es de ensueño: una musa bajada del Olimpo en en vuestro dormitorio. Las piernas invitando a que vosotros, hombres humildes y campechanos, os adentréis en el paraíso. El arma en ristre. En vuestro rostro se puede leer la solemnidad: el instante lo requiere. En el suyo, perplejidad y cierta desconfianza. Llega la embestida. Lo habéis conseguido. Justicia poética lo llaman algunos. Y sí, lo más probable es que también vosotros escuchéis el silencio. No importa. Todo quedará grabado en la memoria. Por siempre.

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