viernes, 24 de junio de 2011

Cuando el barco se hunde...

La caída a los infiernos después de haber saboreado la gloria es extremadamente dolorosa y cruel. Le ha ocurrido esta temporada al Deportivo de la Coruña, y aunque Augusto César Lendoiro se empeñe en aferrarse a un clavo ardiendo (en forma de impagos de otros equipos) para mantenerse en la máxima categoría, el descenso es una realidad. No es el único caso de un campeón de Liga que baja de categoría. Uno de los más sonados fue el del Atlético de Madrid, que tardó hasta dos años en regresar a la elite del fútbol español (¿Qué tendrá que pasar en ese club para que cambie algo?). Incluso esta temporada se han vivido situaciones realmente dramáticas a lo largo del continente europeo: la Sampdoria en Italia o el Mónaco en Francia son un claro ejemplo de que ningún conjunto es inmune a darse el gran batacazo.

Y en ese momento es cuando los jugadores deben decidir si aguantan como guerreros peleando en el fango o si recogen los bártulos y se largan a otro lugar con una categoría superior y, sobre todo, donde las cosas sean más fáciles. Casi todos optan por esto último. No es reprochable, ni mucho menos, pero aunque el fútbol moderno no entienda de romanticismo (quién sabe si lo ha entendido alguna vez), siempre hay excepciones que nos permiten seguir soñando con tardes de épica y entrega. Andrés Guardado, de momento, afirma que no le importaría quedarse en el Depor, que fue el equipo que le abrió las puertas de Europa. En Italia, con el famoso ‘moggigate’, Buffon, Nedved y Del Piero decidieron no abandonar el blanco y el negro (aunque sospecho que les aseguraron que el ascenso era un hecho). Sólo hay dos opciones por las que un jugador no quiera cambiar de rumbo: sentimiento o comodidad y dinero.

En el cada vez más complejo mundo de las relaciones personales ocurren situaciones similares. Puede ser la propia relación la que se venga abajo de una manera irremediable y ninguno de los dos pueda (o quiera) hacer nada para remediarlo. Pero también cabe la posibilidad de que uno de los dos entre en barrena. Digamos que no está en una etapa muy positiva de su vida. Digamos que uno de los dos se hunde. Las cosas han cambiado, sí: quedó atrás la diversión y ahora se vislumbra la depresión.

Lo más fácil cuando hay problemas es huir. Echar a correr lo más rápido posible. Pero también es lo más vil y despreciable. Dicen que el amor puede con todo. Es durísimo pero también reconfortante poder servir de apoyo a alguien en los momentos más jodidos. Intentar salir delante de forma conjunta, al más puro estilo de “Una mente maravillosa”. Vamos, que hay que estar a las duras y a las maduras. Ya está muy visto eso de: “te quiero mucho, no lo olvides”. Sí, pero coges la puerta y adiós muy buenas. Te quiero perrito, pero pan poquito. Pues eso.

(Especial dedicatoria a B.) Canción especial de los viernes, hoy toca:

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